Los planes liberalizadores de Turgot
despertaron la oposición de toda clase de personas: la nobleza lo odiaba porque
quería gravar la tierra; el clero desconfiaba de él como un escéptico que no sólo
rara vez asistía a misa, sino que también aconsejaba la libertad religiosa; los
financieros resentían el hecho de que hubiera obtenido préstamos en el
extranjero con tasas de interés más bajas de las que ellos cobraban; los
miembros del séquito del rey estaban encolerizados por la oposición de Turgot a
sus extravagancias, sus canonjías y sus pensiones; los recaudadores de
impuestos agrícolas que le pagaban considerables sumas al gobierno por el
derecho de cobrar tantos impuestos como podían estaban enfurecidos porque los
quería remplazar con cobradores de impuestos del gobierno; los ricos y la
burguesía arraigada objetaban su interferencia con los monopolios.
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